domingo, 7 de abril de 2013

Leche.

Oculta tras los arbustos, días atrás descubrió que, del pene de un macho, brotaba leche. Le había observado atentamente. Se había sacudido el miembro con fuerza. Con violencia, incluido. No llegó a entender por qué aquel hombre hacía lo que hacía. Pero sí pudo, con total claridad, contemplar cómo, del miembro, le manaba leche.

Y ésa era la imagen que ahora no podía quitarme de la cabeza, sabiendo que aquel macho dormía al otro lado de la cueva. Sus tripas rugían y rugían. Tenía hambre. Hacía ya tiempo que no conseguía comer otra cosa sino raíces.

Así que se acercó a él, temerosa y hambrienta. Se movía con sigilo, a cuatro patas, no quería despertar al resto del clan. Introdujo rápidamente la cabeza bajo las pieles que cubrían ese cuerpo que ahora podía sentir tal como era, musculado, recio, duro.

Él no se asustó. Había reconocido su olor. Sabía de quién se trataba, de la hembra más joven del grupo, también la más hermosa. Le gustaba lo que sentía. Ella le había agarrado el pene y lo agitaba con fuerza.

En cuestión de segundos, aquella frágil hembra de homo sapiens pudo sentir la fuerza vital entre sus manos, la electricidad recorriendo su propio cuerpo y el del macho. No tardó en tenerlo en su boca. Tampoco tardó en saborear la leche. Esa leche era lo único que anhelaba, porque tenía hambre.

Y, sin embargo, aquella había sido la primera felación de la historia de la humanidad. Aunque eso, ella, no podía saberlo. Sólo sabía que, lo que acababa de ocurrir, le había gustado. También a él.

Especialmente a él.....

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