martes, 30 de abril de 2013

Otra vez.

De repente ya no había más espacio. El calor se acrecentaba y el sudor comenzaba a recorrer los cuerpos. Una pierna quedó pegada a la mía, no había lugar, es cierto, pero no se movió un cm. Sentía los músculos cuando se endurecían, yo tampoco podía correrme. De pronto, se despegó a mi derecha, quedó pegado a mi espalda y ya no había misterios. La imaginación fue desbordada por la realidad, me estaban apoyando sin pudor alguno dos piernas musculosas, detrás de las mías, pegadas a ellas y en medio, a la altura adecuada, todo su miembro, ocupaba mi trasero, La tela del pantalón, parecía no existir. Lo sentía en pleno esplendor  excitado y excitante, como un apoyo soñado. Firme y gruesa empujaba sin disimulo alguno, parecía desgarrar la tela como queriendo entrar a ese lugar que permanecía firme, sin miras de alejarse, sin ganas de hacerlo. El calor aumentaba, ya el sudor mojaba todo el cuerpo y el cerebro no tenía ni tiempo ni ganas para otra cosa que no fuera imaginar el final de aquel momento. Increíble, el calor era acogedor y lubricante, el golpeteo en las sienes ensordecedor y la raya se abría sola a cada acometida. La incomodidad del viaje se volvió placer, lujuria, deseo. Que se apague la luz, que se detenga en medio del camino, que el viaje dure para que el placer no acabe, ese era mi único pensamiento. El cerebro bombeaba sexo y ya nada importaba. 

La mano izquierda se fue deslizando lentamente hacia atrás, forcejeó entre el poco espacio de las piernas pegadas y al final pudo, con gozo y temblor, agarrar al culpable de tal desatino, el partido debía continuar. Él se retiró un poco y amplió levemente el espacio. El cierre no opuso resistencia alguna y su miembro mojado y tembloroso se envolvió en su mano. Se notaba que estaba a punto, la explosión final estaba en la puerta de esa cabeza mojada y ya no tenía manera de retroceder. La mano envolvía y acariciaba el miembro, solo esperaba sentir sus dedos untados con aquella leche pegajosa. Una sacudida de repente pareció ser la señal y aquella leche esperada pintó manos y dedos. El pantalón mojado y la leche bajando por las piernas de su dueño. Seguí dos segundos más y escondí la mano como pude, pero no quise impedir que mis dedos fueran a mi boca y mi lengua limpiara con ardor esa leche que se fue depositando en mi garganta. Ya estaba llegando a mi destino, aun lleno, como mi boca. Una rápida vuelta me hizo quedar frente a frente con el culpable de tanta locura, un rápido beso de lengua marcó el principio de algo que exigía continuar. Bajamos juntos felices y sin sentirnos culpables de lo ocurrido

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