jueves, 18 de abril de 2013

Un cierto sentido.

¡Por fin! Piensa Carlos al tiempo que se tumba extenuado en la cama matrimonial. Durísima jornada laboral la de Carlos. Y extensa: 15 horas en la oficina y todo el tiempo con esa inquietante sensación de desespero, con la frustante amargura de presentir que todo se va al carajo ¡tanto esfuerzo tirado por la ventana! Todo por culpa de la crisis, la puta crisis.

Su mujer le da la espalda, está desnuda. Carlos  se acomoda en el cuerpo de ella buscando la ergonomía de los miembros, se acurruca en la calidez del contacto y respira hondo. Por arte de magia los pulmones se le ensanchan y las cervicales se distienden. Su pene, independiente de cualquier acto voluntario, se posiciona entre las nalgas de ella brujuleándose sin motor y aparcándose comodamente en el mullido espacio entre ambas. Qué gracia divina disponer de ese acogedor parking nocturno donde los problemas decrecen y las bonanzas se inflaman, donde lo estéril fermenta en fecundo y donde los sinsabores de la vida adquieren un cierto sentido...

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